Historia

Fiestas de proclamación de Carlos IV en Reinosa.

Carlos IV fue proclamado rey de España el día catorce de diciembre del año 1788, y con motivo de su coronación se expidió una «real cédula» que obligaba a realizar diferentes festejos en ciudades, villas y lugares del reino. En consecuencia, en Reinosa, estos festejos tuvieron lugar durante los días 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre del año 1789.

Era obligado el hacer la proclamación en tres lugares diferentes de la localidad, por lo que en el caso de nuestra ciudad (por aquél entonces villa), la comitiva partió de la actual Plaza de España, donde se hizo la primera proclamación, desde la que continuaron al Barrio de La Pelilla donde en lo que hoy es Plaza de la Fuente de la Aurora, se realizó la segunda proclamación en un tablado levantado frente a la por entonces recién estrenada escuela de niñas de La Villa. Por tercera vez se proclamó la coronación de Carlos IV en la Calle de El Puente, donde estaba instalado el último templete, desde donde por El Espolón (actual Plaza de Díez Vicario) y pasando por delante de la Iglesia Parroquial, regresaron a la Casa Consistorial.

Casa de los marqueses de Mioño en Reinosa.

Estado actual de la que fue casa de D. Joseph Luis de Mioño, donde se instaló la fuente de vino para el festejo.
En la actualidad, y desde finales de los años ochenta, en la festividad de San Sebastián, patrón de Reinosa, la moderna fuente sita en el mismo lugar, mana vino como antaño
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Noticia de las fiestas celebradas por la muy ilustre, noble y leal villa de Reinosa, en la proclamación del Señor Rey Don Carlos IV.

Esta villa, cabeza del Partido y de la Real Merindad de Campoo, celebró en los días 29 y 30 de noviembre, y primero de diciembre las fiestas de proclamación por nuestro augusto Monarca el Sr. D. Carlos IV (que Dios guarde) diputando antes a los señores D. Felipe Santiago Pérez de Urrutia y D. Joseph de Manzanedo, para que con la debida anticipación, y sin perdonar gasto ni diligencia alguna se dispusiesen los adornos y preparativos necesarios para su mayor lucimiento.
Las Casas consistoriales, que forman un frente de la plaza, se adornaron con una hermosa perspectiva de transparentes, que iluminada por las noches, formaba la más agradable vista: en el fondo de dicha perspectiva se veían bajo un rico dosel los retratos de los Reyes Nuestros Señores, y en los intercolumnios, varias figuras alegóricas al objeto de esta función: todos los soportales de dichas casas se adornaron con una rica tapicería, y al frente se elevó un suntuoso arco triunfal, que igualmente se iluminó. En el otro lado de la plaza se construyó un tablado para el acto de la proclamación, cubierto el piso de alfombras, y sus lados con tapices de terciopelo bordado, y así mismo, otros dos en los barrios de la Pelilla y El Puente.
D. Joseph Luis de Mioño, Señor de las Villas de S. Martín, Hoyos y S. Vicente de León y Los Llares; Merino mayor de la Merindad de Trasmiera, Alférez Mayor y Regidor perpetuo de Reynosa, a quien como tal corresponde levantar el estandarte Real, adornó la fachada de su casa, que forma otro frente de la plaza, con mucho gusto y primor, mandando construir al frente de ella una fuente de vino, que figuraba el simulacro de Baco con todos sus atributos: e igualmente dispuso que de todas las piezas que ocupan aquél frente, se formase un espacioso salón, perfectamente colgado e iluminado, donde pudiesen caber con desahogo todas las gentes visibles del pueblo y forasteras que habían acudido a la función. Los demás particulares se esmeraron a competencia en colgar e iluminar sus casas con todo el primor que les fue posible, en que se notaron algunas caprichosas ideas, cuya variedad hacía más lúcida y divertida la carrera.
A las 2 de la tarde del día 29 concurrió todo el Ayuntamiento a las salas Consistoriales, y diputando dos de sus regidores a buscar al Alférez Mayor, vino este, acompañado de toda la nobleza del pueblo y forastera, en lucida cabalgata; y habiendo recibido con las formalidades de estilo el Estandarte Real de mano del Corregidor, e incorporado el ayuntamiento, se dirigió toda la comitiva por debajo del arco triunfal al primer tablado de la plaza, en esta forma; 1º rompían la marcha dos Alguaciles a caballo vestidos de negro, y pendiente del cuello un gran targetón plateado con el escudo de las armas Reales; 2º una partida del Regimiento Provincial de Burgos, que iba abriendo el paso; 3ª la música compuesta de violines, flautas, clarinetes, trompas, bajo y contrabajo, clarines, timbales, pandereta, tamborón y platillos; 4º la nobleza sobre lucidos y bien enjaezados caballos, en orden de parejas, y con la mayor uniformidad y lucimiento; 5º los Reyes de Armas con sus correspondientes gramallas de damasco carmesí con galones de oro, escudos grandes al pecho y espalda, y cetros dorados en las manos; 6º el Ayuntamiento con la más perfecta uniformidad, y a la derecha del Corregidor, el Alférez mayor con el pendón Real, ricamente vestido, y en un hermoso caballo magníficamente aderezado, acompañado de volantes y lacayos con libreas de gala; 7º la tropa formada en columna marchando con el mayor orden e igualdad, y a su retaguardia el coche de respeto del Alférez mayor.
Luego que llegaron al primer tablado, se apearon y subieron a él los Reyes de Armas y Alférez mayor, acompañado del Corregidor, Regidor Decano y Escribano de Ayuntamiento, e impuesto silencio por aquellos, según estilo, el Alférez mayor ejecutó el primer acto de proclamación, haciendo arrojar de su cuenta por los Reyes de Armas muchas monedas de plata de diferentes tamaños. En este acto, fueron universales las aclamaciones y vivas con que el numeroso concurso quería manifestar el amor y lealtad que profesa a su augusto Soberano; la tropa hizo una descarga, y la música tocó un concierto mientras el Alférez mayor y demás señores tomaron sus caballos, y se pusieron en orden Siguió la comitiva al tablado construido frente á la Real escuela de niñas, donde se ejecutó la segunda proclama con las mismas formalidades que la primera, y arrojando al pueblo igual número de monedas: dirigiéndose desde allí al tablado del Puente, lugar destinado para el tercero y último acto de proclamación, que se ejecutó en la propia forma que los antecedentes; y volviendo por El Espolón , calle de Ia Iglesia, a salir a la plaza, se apearon los Sres. Alférez mayor y Regidores, y subiendo aquel al balcón de las Casas consistoriales colocó el Real estandarte al pié de los Reales retratos, y dejándole con centinelas y la salvaguardia correspondiente, se retiró a su casa con todo el acompañamiento. Inmediatamente empezó la iluminación y fuegos artificiales, que favorecidos de una noche serena y apacible, formaba el más delicioso espectáculo, entreteniendo al numeroso concurso con diferentes juguetes dispuestos a este fin con singular gusto y novedad, por las diversas clases de voladores, ruedas, bombas, fuentes y otros caprichos trabajados con el mayor arte y primor: la música alternaba con agradables conciertos y el concurso observando un respetuoso silencio manifestaba la suma complacencia con que disfrutaba esta función. Al mismo tiempo se dio en casa del Alférez mayor un abundantisimo refresco, y concluido este empezó el baile, durante el qual se sirvió té y café con leche en abundancia, hasta que a la una de la mañana, en mesas dispuestas a este fin, se sirvió un exquisito ambigú con cuantos géneros de manjares frutas y pescados proporciona el país, y volviendo a empezar el baile duró hasta las 4 y media de la mañana.
El 30 a las diez de la mañana, el Ayuntamiento con su Alférez mayor, y precedidos de la música, con todo el acompañamiento de volantes y lacayos del día anterior, se dirigió a la Iglesia Parroquial, donde se cantó una misa solemne con música, sermón y manifiesto, que celebró y ofició D. Diego Antonio de Robles, Cura mayor más antiguo, y a su continuación se cantó el Te Deum en acción de gracias por la exaltación de S.M. al trono, implorando el divino auxilio, para el mejor acierto de S.M. en el gobierno de esta monarquía; el sermón le predicó el P. M. Fr. Manuel de los Ríos, prior del Convento de Nuestra Señora de Montesclaros, del Orden de Predicadores. Restituido el Ayuntamiento a sus Casas Consistoriales, se soltó la fuente de vino que el Alférez mayor había mandado construir en la suya, y ocasionó gran diversión al público, por las graciosas ocurrencias de los que acudían al licor. Por la tarde, varios caballeros jóvenes, corrieron parejas, sortija y cintas, cuya diversión fue muy agradable al público, así por la magnificencia y brillantez de sus trajes, y los ricos aderezos de los caballos, como por la bizarría, destreza e igualdad con que lo ejecutaron, sin faltar al compás de la música que los acompañaba y alternaba con nuevos agradables conciertos. Concluida esta función, comenzó la iluminación y fuegos artificiales, como la noche anterior, y concluido esto, se repitió el refresco y baile en la casa del Alférez mayor, con igual abundancia y delicadeza que en la noche antecedente, cuya diversión duró hasta las cuatro de la mañana.
El tercer día por la mañana, se corrieron gansos y estafermo, cuya diversión se franqueó a todos los que gustasen, para que el público se divirtiese. Por la tarde se presentó por aficionados, en un coliseo dispuesto de antemano la comedia intulada La Esclava del Negro Ponto, luciendo tanto la bella disposición del teatro, el gusto y buena pintura de las decoraciones, y la destreza y propiedad con que representaron todos sus papeles, que mereció un general aplauso; en los intermedios se representaron sainetes, y una graciosa pantomima, que por su gusto y buena ejecución mereció la aprobación de todos. Concluida la función, y transformado el teatro en un magnífico salón, se dio a expensas del Ayuntamiento un abundante refresco, al que siguió un baile hasta las tres de la mañana, durante el cual se sirvió con abundancia té, café con leche y vinos generosos, observándose así en esta función, como en las anteriores, el mayor orden y quietud, sin que a pesar del excesivo concurso se notase el menor exceso, queja, ni desazón que ocupase la autoridad judicial, debido todo al celo infatigable y acertadas providencias del Corregidor D. Francisco Joseph de Villarreal, y a la actividad de los regidores y demás miembros de justicia, que poseídos del mismo espíritu, no perdonaron trabajo ni diligencia de cuantas pudiesen asegurar la tranquilidad común, prestando el público por su parte, la más perfecta sumisión y obediencia, ocupado solamente en desahogar la interior alegría de sus corazones, llenos de fidelidad a su monarca.

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